La llegada de José Ignacio Rucci a Buenos Aires desde Alcorta, en la provincia de Santa Fe, fue parte de la misma ilusión que cientos de compatriotas traían consigo desde nuestro interior: progreso para ellos y sus familias. Con 20 años, se inició como operario en una fábrica de cocinas en el Gran Buenos Aires y poco tiempo después lideraba a sus compañeros siendo delegado y abrazando la causa peronista de la justicia social.
Los ideales justicialistas lo acompañaron siempre y su lealtad por el General fue incondicional. Sufrió como pocos el exilio de su líder y nunca descansó hasta concretar su vuelta, 18 largos años después.
Como destacado dirigente sindical de la UOM y como secretario general de la CGT defendió los logros que los trabajadores habían conquistado y no aprobaba claudicar ningún derecho adquirido aun si enfrente un dictador lo desafiaba.
Su gran amor por Juan Domingo Perón lo convirtió en su hombre de confianza cuando la proscripción al Movimiento Justicialista y a sus representantes les negaba la participación en la vida política argentina. Las sucesivas elecciones democráticas carecían de una representatividad a una gran parte del electorado y eso un atropello que Rucci luchaba por cambiar.
Después de que la fórmula Perón-Perón resultara ganadora y el peronismo alcanzara un nuevo capítulo ante la historia, balas asesinas y cobardes le arrebataron la vida con apenas 49 años y con mucho para seguir aportando a la vida de los trabajadores.
Hoy conmemoramos el 47° aniversario de la muerte absurda del compañero José Ignacio Rucci, honrando su memoria y jurando defender por siempre la justicia social, la independencia económica y soberanía política que él anhelaba.