Promediaba la mitad del S. XIX y el mundo era muy grande para las potencias imperiales que iban por las colonias independizadas para sumarlas a su lista como una nueva joya.
Por estas pampas, el comercio era un tema de conflicto dado que los pocos gobernadores de esa época (no se pueden contar los territorios de la actual Patagonia y otros del Noroeste y Noreste) habían conocido pronto ese valor y defendían sus fronteras con impuestos a los productores que quisieran llegar al gran puerto que estaba en Buenos Aires y que era la entrada y la salida a ultramar.
Aprovechando esta interna, Francia e Inglaterra resuelven tratar de modo directo con las provincias desconociendo la autoridad de la Confederación sobre ellas.
La jornada del 20 de noviembre de 1845 fue el cierre de ese accionar invasor. Conocida como la Batalla de la Vuelta de Obligado, combate que enfrentó a las fuerzas nacionales con representantes anglofranceses. Ese día, la entrada de las flotas imperiales fue recibida por un centenar de naves a modo de primera barrera para el ingreso de los intrusos. Por detrás, una corbeta imponía su majestuosidad ante las superpotencias y a sus espaldas, pendiendo de pequeñas embarcaciones y aprovechando un recodo del cauce, grandes cadenas que flanqueaban las orillas con el fin de impedir su andar río arriba.
La flota invasora logró así remontar el Paraná aunque debió soportar el hostigamiento de las fuerzas patriotas a lo largo del trayecto. La empresa comercial de los intrusos fracasó pues las mercaderías ofrecidas en los distintos puertos provinciales no fueron adquiridas por los nativos. La falta de rédito político y comercial de la incursión colonialista europea obligó a sus gobiernos imperiales a poner fin al bloqueo del puerto de Buenos Aires y a reconocer la soberanía argentina de los ríos interiores.
Este hecho terminó fortaleciendo los lazos políticos, la economía y el ordenamiento jurídico que, tiempo después, dio lugar a la naciente nación que hoy conocemos y honramos.