“Renuncio a los honores más no a la lucha”. Ese pasaje del discurso que Evita daba la tarde del 22 de agosto de 1951 en el convocado Cabildo Abierto Peronista fue lo bastante claro para comprender que el deseo de esa multitud, dos millones de personas en la Plaza de Mayo, se diluía. La tan esperada confirmación de la fórmula Perón-Perón se quebraba. Las presiones del frente interno habían ganado.
Eva Duarte era una verdadera revolución desde la asunción de su marido, cinco años antes. Impulsora de mejoras sociales y políticas, su presencia como mujer había ganado relevancia hasta alcanzar su pico máximo con la sanción del Voto Femenino que daba vida y participación activa a las mujeres en la vida política e institucional.
Así, crecía en el pueblo la necesidad de que Eva participara de manera activa en las decisiones del Ejecutivo y que acompañara a su marido en las elecciones de 1952. José Espejo, secretario general de la Confederación general del Trabajo, fue quien motorizó la idea y organizó el acto multitudinario. Era sabido que la movilización sería sin precedentes siendo los trabajadores el sector más identificado con el movimiento justicialista.
Esa jornada, y ante la gran expectativa, Eva intentó diferir su decisión pero era un hecho que su pueblo no se retiraría sin una respuesta. Su llanto en el hombro de Perón echó por tierra las ilusiones y la confirmación, días después, en su discurso radial sepultó para siempre la ilusión de verla en un puesto de poder elegida por sus “descamisados”.
Al tiempo, las noticias no hicieron más que agravar la pena al saberla enferma de gravedad. Su cuerpo cada vez más frágil se ataba a su espíritu para no abandonar esa lucha a la que se había jurado servir.
Hoy rememoramos ese día haciendo que el retrato de Evita y su fortaleza, lealtad y coraje, nos sigan guiando en la defensa del pueblo trabajador con su voz como bandera.